VIDEO | Estamos rascando la olla y Gabriel Boric alardea del pequeño aumento en el sueldo mínimo: "¡Es de hambre!"

En su última Cuenta Pública, el presidente Gabriel Boric se llenó la boca con el aumento del sueldo mínimo a 529.000 desde mayo, con un nuevo ajuste a 539.000 en enero de 2026, pactado con la CUT. Según el mandatario, esto convierte a Chile en el país con el salario mínimo más alto de Sudamérica.
Pero, mientras en La Moneda se descorchan las botellas para celebrar, en las calles los trabajadores del Instituto Sanitas, en huelga hace más de 25 días, le gritan al Gobierno que ese monto es una migaja frente a la carestía de la vida.
No es un secreto que Chile es uno de los países más caros de la región. La inflación, que no da tregua, y el índice de precios al consumidor (IPC) han escalado sin parar, dejando el sueldo mínimo en una posición más simbólica que práctica. Según Benjamín Sáez, de la Fundación Sol, "un hogar promedio en Chile no logra salir de la pobreza con el salario mínimo actual". Los números son crudos: un hogar gasta en promedio más de 1.400.000 al mes, mientras el sueldo mínimo apenas cubre una fracción de eso.
En el Instituto Sanitas, la realidad es aún más descarnada. Los trabajadores, hartos de promesas vacías, exigen sueldos dignos. "Acá peleamos por lo justo, porque hay compañeros con 9 años en la empresa y siguen ganando el mínimo", denuncia uno de ellos. Otra trabajadora, con la voz quebrada pero firme, sentencia: "Nos mantienen con sueldos de hambre, para sobrevivir, no para vivir. Pero no nos rendiremos".
La situación de Sanitas no es un caso aislado. Según el Ministerio de Hacienda, cerca de 800.000 trabajadores en el país subsisten con el sueldo mínimo. Mientras Boric y su equipo se dan palmaditas en la espalda, la desconexión con la realidad es evidente. Este Gobierno, que llegó con promesas de cambio, parece más cómodo en los salones de La Moneda que escuchando el clamor de las calles.
El debate sobre el sueldo mínimo no puede seguir atrapado en cúpulas que ignoran la inflación galopante y el agotamiento de jornadas interminables. La solución no vendrá de acuerdos entre el Ejecutivo, el Congreso y la CUT, que parecen vivir en una burbuja.
Como demuestran los trabajadores de Sanitas, la lucha por un salario que permita vivir con dignidad se dará en las calles, con organización y resistencia. Porque, al final, la pelea no es solo por pesos: es por devolverle la dignidad a una mayoría que no está dispuesta a seguir sobreviviendo a medias.