Sin embargo, su historial político no es un modelo de democracia ejemplar. En 2021, durante un episodio del podcast "El Rojerío", una asociada de Quiroga, Isabel Aguilera, soltó la joya: quemar un bus era "fundamental" para meter miedo y allanar el camino político. Claro, luego matizó que era tácticamente inadecuado, pero el daño estaba hecho.

La grabación, transmitida en vivo, generó tal revuelo que hubo llamados desesperados para editarla, como si borrar las palabras pudiera limpiar la intención. Este no es un desliz menor; es un vistazo a un mundo donde la violencia se considera una herramienta política, y eso, amigos, es un problema. No es la primera vez que Quiroga navega en aguas turbias.

En 2020, intentó meter a Alberto Mayol en pactos electorales, demostrando su habilidad para mover piezas en el ajedrez político. Pero no estamos hablando de un maestro estratega; estamos frente a alguien cuyo enfoque parece priorizar el caos sobre la cordura.

Y ahora, con Jara como candidata, su influencia sigue siendo clave, aunque convenientemente se hable más de su carisma que de sus métodos.Criticar estas tácticas no es solo un ejercicio de moralidad; es un llamado a la cordura.

En un país que sufrió lo suficiente por la polarización y la violencia, tener a alguien como Quiroga cerca del poder es, por decir lo menos, preocupante. Su pasado es un recordatorio de que detrás de las sonrisas y los discursos pulidos, a veces se esconden estrategias que apestan a desesperación y falta de respeto por el proceso democrático.