El ocaso de Boric: un Gobierno desnudo ante su propia inercia

A pocos meses de dejar La Moneda, la administración de Gabriel Boric atraviesa su etapa final con un desgaste evidente, dejando al descubierto las fragilidades de un proyecto que prometió transformar Chile y hoy se tambalea entre renuncias y contradicciones.
La salida de figuras clave como Jeannette Jara, Carolina Tohá y Mario Marcel —anunciada en las últimas semanas— no solo refleja un gobierno desarticulado, sino que pone en jaque la capacidad de Boric para mantener un rumbo coherente.
Gabriel Boric es la versión masculina de Jeannette Jara: inexperto, improvisando y entregando el poder real a sus asesores. Gobernar Chile exige conocimiento, no delegar toda la gestión mientras se ocultan errores detrás de discursos vacíos. https://t.co/PjaCQFdJlV
— Rodrigo Diputado X Distrito 8 🇨🇱 (@RoDiputado) August 30, 2025
Según reportes, el Ejecutivo queda "un poco desvestido", una metáfora que encaja perfectamente con un mandatario que parece haber perdido el control de su propia narrativa.
La renuncia de Marcel, el pilar económico del Gobierno, es un golpe difícil de ignorar.
Con su partida, motivada por razones personales pero teñida de especulaciones sobre su frustración con una agenda legislativa estancada, Boric pierde al único rostro que mantenía cierta credibilidad ante el empresariado y la oposición.
La llegada de Nicolás Grau a Hacienda, cuestionado por su gestión en Economía, y el enroque con Álvaro García, sugieren más un acto de desesperación que una estrategia sólida.
¿Qué queda del supuesto manejo responsable de las finanzas públicas que tanto pregonó Marcel?
La sobreestimación de ingresos en 2024 y el incumplimiento de metas fiscales son heridas autoinfligidas que Boric no ha sabido sanar.
El caso de Jara, ahora candidata presidencial tras dejar el Ministerio del Trabajo, y Tohá, exministra del Interior y también aspirante, desnudan las prioridades electorales por encima del bien común.
Boric, que alguna vez criticó el clientelismo político, ahora ve cómo su círculo cercano se fragmenta en busca de poder personal, dejando al gobierno sin liderazgo claro.
La reforma previsional, el royalty minero y las 40 horas laborales son logros que se diluyen ante la percepción de un Ejecutivo más preocupado por posicionar a sus aliados que por resolver las crisis de seguridad y migración que asfixian al país.
La narrativa de Boric de un Chile "que cuida a las personas" choca con una realidad de incendios mal gestionados, escándalos como el caso Monsalve y una delincuencia desbordada.
Su insistencia en balances positivos, como la baja de la inflación del 9,4 por ciento al 4,5, ignora que gran parte de ese mérito recae en factores externos y en las políticas de Piñera que él mismo criticó.
El discurso de unidad progresista suena hueco cuando las tensiones entre Jara y Tohá evidencian una izquierda dividida, incapaz de articular una alternativa frente a la derecha que lidera las encuestas.
En su último año, Boric enfrenta un dilema: seguir apostando por un legado que se desvanece o aceptar que su gobierno ha sido más un experimento fallido que una refundación.
La salida de sus figuras más fuertes no es solo una pérdida de talento, sino el síntoma de un proyecto político que llegó al poder con promesas grandilocuentes, pero que hoy se despide con un traje raído, incapaz de cubrir las expectativas de un país harto de discursos vacíos.