Pero lo que Kaiser vende como revolución, muchos lo ven como un refrito trasnochado.

Su pasado de youtuber no es un dato menor. “Hace cuatro años, Kaiser ya predicaba su evangelio libertario en videos cuando nadie lo tomaba en serio”, señala Rodrigo Espinoza, de la UDP. Lo que empezó como un experimento digital hoy lo tiene como candidato presidencial, pero su ascenso no oculta las grietas: un discurso que exuda provocación y poco más.

Negacionista de las violaciones a los derechos humanos, antifeminista visceral y enemigo de las políticas identitarias, Kaiser se jacta de rechazar consensos, incluso con la derecha tradicional, a la que desprecia si no se pliega a su dogma.

Sin embargo, su radicalismo tiene un techo. Danilo Herrera lo pone en perspectiva: “Kaiser necesita pasar de polemista a gobernante, o se quedará en el grito sin votos”. Su retórica, aunque estridente, carece de sustancia concreta, y en un país que exige soluciones reales, sus eslóganes libertarios suenan a eco vacío.

La prueba de fuego vendrá en las primarias de junio, cuando los chilenos pidan más que bravatas.

Así, mientras Kaiser promete pelear hasta el final, su emulación de Milei genera dudas. ¿Puede este showman digital articular un gobierno serio? ¿O será solo un espejismo de la era de las redes? Por ahora, su candidatura es más ruido que proyecto, y Chile, curtido por promesas fallidas, no parece dispuesto a comprar espejitos libertarios sin cuestionar.